En un dossier, casi una veintena de fotografías en las que el tiempo no parece haber hecho mella. También su primer contrato profesional con el Deportivo, de 800 pesetas mensuales. Pero nada es más fiable que su memoria, su agilidad hilando recuerdos. Antonio Bouza (A Coruña, 1935) cumplirá el próximo mes de agosto 81 años, igualando así los de un amigo de toda la vida que los celebró el pasado lunes siendo todavía el único Balón de Oro de la historia del fútbol español, Luis Suárez. A ambos les unió crecer juntos en Monte Alto, pero más aún el hacerlo con la pelota.
«Sus dos hermanos también jugaban, pero ninguno tenía la clase de Luis. Rompió esquemas en el fútbol. Y mi padre, que también jugó en el Dépor, me dijo que nunca había visto a uno como él», desmenuza Antonio. Él alude a la calle como origen de todo ello. Al arte de improvisar como salvavidas y pasatiempo. Y ahí tuvo un papel clave la parroquia de Santo Tomás: «Allí nos veíamos todas las tardes. Jugábamos al ping-pong, al billar, se hacían obras de teatro… Nos reuníamos los chavales del barrio que no teníamos a dónde ir entonces». Fue la semilla del Perseverancia, un club que aún motiva reuniones periódicas de amigos cada viernes.
«No había equipos de benjamines o alevines en la ciudad», rememora Bouza. Tampoco importó en primera instancia, porque la imaginación de aquel grupo de críos compensaba lo demás. «Todos jugábamos en el Campo de la Luna, un terreno baldío entre la avenida de Hércules y la calle de Santo Tomás. Íbamos los domingos por la mañana a poner las porterías, que eran dos palos clavados en unos agujeros y unidos por una cuerda. Nosotros teníamos un balón de cuero porque los hermanos de Luis jugaban al fútbol, y lo que le sobraba del Juvenil a Agustín, éste se lo daba a él». Sostiene Antonio que ‘Luisito’ era un privilegiado, pero muy merecidamente.
Fue un mito del Deportivo como Rodrigo García Vizoso el que percibió cuán diferente era ese chico de semblante pillo, algo más enclenque que sus compañeros de generación. «Rodrigo quería a Luis más que si fuese su hijo. De hecho, mientras trabajaba en la fábrica de armas le regaló unas botas», cuenta Antonio. La llegada de Scopelli a Riazor marcó el punto de inflexión preciso: «Un pionero en España. Cuando vino al Deportivo quiso crear una escuela y citó a todos los chavales de A Coruña menores de 15 años. Fuimos con el Perseverancia y barrimos a todos porque jugábamos juntos, como equipo».
En escasas imágenes de su adolescencia no aparecen juntos Suárez y Bouza, que mantienen el contacto a día de hoy. Uno escogió el fútbol. El otro, los libros. Y los dos salieron adelante. «A Luis le gustaba el deporte y a mí la escuela. Mi padre quería que yo tuviese una carrera. Para eso tenía que ser alguien con mucho dinero, y la gente de clase media-baja como nosotros lo único que pretendía era buscar un chollo. Me hice profesor mercantil en 1954, cuando fiché por el Deportivo, pero llegué a tener hasta siete empleos a la vez», reveló en su conversación con Riazor.org.
Disfrutan ahora ambos de su retiro, cada uno a su manera. En el caso de Antonio, distribuyendo el tiempo entre su numerosa familia. En el de Luis, a caballo entre Milán y la isla de Córcega, donde tiene casa: «A día de hoy ya no, pero hace tiempo asesoró al Inter en la búsqueda de talentos. Fue a ver a un tipo a Lisboa y les dijo que allí había un chico que iba a ser un fenómeno. Era Cristiano Ronaldo. Y el Inter no le hizo caso», finaliza con una sonrisa. Cosas del fútbol. O de quien ha vivido su esencia original.