Incluso sin la victoria, el Deportivo volvió a salir de Pontevedra con esa sensación tan reconocible esta temporada de tener más alegría por el resultado que por el juego. Pero algo ha cambiado, al menos en las dos últimas semanas, sobre todo en los motivos del atasco, evidenciando que no hay sólo un responsable a la hora de estar conteniendo al equipo blanquiazul. Sino que es un problema global.
El Dépor todavía no se cree. No confía en sí mismo ni se ve capaz de dominar los encuentros desde el balón. Se le nota incómodo, casi como deseando perderlo para replegar. A Fernando Vázquez le costó ofrecer soluciones en los primeros partidos, más centrado en no encajar que en marcar. Y ahora son sus jugadores los que parecen reacios a abandonar ese acomodo justo cuando el técnico les está pidiendo un paso más.
Ante el Racing el pasado domingo y en Pasarón ayer, el de Castrofeito planteó el encuentro para someter al rival. Para demostrar, ante dos de los gallitos del subgrupo, quien manda. Y lo consiguió en parte como medio, pero no como fin. La defensa de cinco le permitió al Dépor apaciguar las ansias de presión de un Pontevedra que se lo pensó antes de ir a buscar al rival por primera vez en la temporada. El balón llegaba con facilidad a tres cuartos a pesar de que Uche dimitió del partido a la media hora. Pero ahí terminaba todo porque el Deportivo continúa viéndose como un extraño en campo rival.
El necesario veneno de Diego Rolan
Puede que la elección de nombres no fuera la adecuada en los carriles. A Salva le dura poco la gasolina y Bóveda refleja a la perfección esa falta de convicción. El instinto de no querer correr ni un sólo riesgo. El plantarse solo en la frontal y ni intentar el disparo. Pero sería injusto fijarse sólo en ellos cuando se pasaron gran parte del primer periodo con una autopista despejada y nadie los lanzó. Los Borges, Gandoy y Galán tuvieron numerosas ocasiones para abrir el juego, pero le facilitaron el trabajo a los granates, que bachearon el carril central de forma descarada. No se llegó a fallar en la ejecución, se falló por omisión.
Por eso en un equipo tan falto de colmillo, que encuentra un techo de cristal en la frontal del área rival, un jugador como Diego Rolan es más que necesario. No por este promedio goleador que se antoja insostenible, sino por la maldad demostrada en los pocos balones que le llegan. La acción del tanto, más allá de la fortuna del rebote, es esa decisión, ese convencimiento de que en la zona caliente hay que arriesgar aunque eso suponga encarar a dos centrales en solitario.
El accidente
«Non esperaba o empate pola nosa fortaleza defensiva«, decía Vázquez al final del partido. No le falta razón al técnico, pero ese tanto de Rufo le vendrá bien para tener siempre presente que los accidentes pueden ocurrir. Le honra reconocer que tuvo parte de culpa por estar dando indicaciones a Bóveda, pero eso sólo fue un fallo más en una cadena de errores que provocó que un saque de puerta a favor se convirtiera en gol en contra en sólo 12 segundos. Mal golpeo de Abad, mala colocación de Borges y Gandoy, despiste de Salva… el funambulismo nunca permite ni un segundo de relajación.