El ascenso pasa por Riazor, se repitió hasta la extenuación este verano. La afirmación, tan tópica como lógica, se está convirtiendo en realidad y de momento el Deportivo ha sumado 10 puntos de 12 posibles en su estadio. Los dos que faltan se escaparon con asterisco, ya que nunca sabremos lo que habría pasado sin la expulsión de Quique González. Por primera vez pisaba A Coruña un equipo que no está considerado entre los gallitos de la categoría y el plan del Elche fue el mismo que el del resto: no venir a jugar, sino a sufrir.
El campo herculino se está convirtiendo poco a poco en una casa de torturas para los rivales. Y el Dépor es el hombre del saco. Porque más allá de los resultados, imprescindibles, lo que mete miedo es la sensación de superioridad que el conjunto de Natxo González está mostrando como local. Poco importa que los técnicos visitantes tomen todas las precauciones posibles, siempre acaban transmitiendo esa sensación de angustia.
Y eso que el encuentro había empezado raro, con poco control blanquiazul y un par de sustos del Elche al contragolpe. No fue a mayores y desde el cuarto de hora todo volvió al orden natural. Se notó la baja de Quique en ese arranque, pero no por los goles. El pucelano era uno de los encargados de generar juego entre líneas, algo que no está entre las virtudes de Christian Santos. Los recursos fueron la paciencia y los disparos lejanos, hasta que Carlos Fernández prendió la mecha de su gran noche a la salida de un saque de esquina.
El conjunto blanquiazul está preparado para que elijas tu propio veneno. Si te metes atrás y esperas, el coco acabará entrando. Si te atreves a venir, prepárate a correr. Esta última dosis fue la elegida por los ilicitanos tras el descanso. Quiso Pacheta ser valiente como había prometido, después de pasarse buena parte del primer tiempo colgados del larguero. Salió mal. Y no tanto por el segundo gol antológico de Carlos Fernández, que esta vez sí se vistió de Tristán por unos segundos, sino porque los de Natxo demostraron poder ser tremendamente verticales. Antes de esa obra de arte, el mismo sevillano ya había tenido una clarísima desde el punto de penalti y Carles Gil otra desde la frontal. Dos contras que terminaron en las nubes.
Aunque la versión más terrorífica del Dépor llegó en la última media hora, justo después de la pifia de José Juan que posibilitó el hat-trick de Carlos. Un equipo despiadado cuando huele la sangre y que no suelta a su presa. El propio punta siguió siguió buscando el cuarto y a esa cruzada se unió Borja Valle. El berciano regresaba con hambre y tuvo el premio a los pocos minutos. Y luego, a por el quinto, que no llegó de milagro.