Es comprensible que los jugadores del Deportivo se tomasen un respiro ante el Málaga después de la gesta del pasado domingo contra el Huesca. La presión a la que está sometido un equipo que va con acelerador pisado a fondo desde enero provoca esa tentación de pararse a disfrutar del paisaje. Sólo unos segundos, hasta que la realidad te abofetea en la cara recordándote que cualquier derecho al resuello quedó prohibido tras lo sucedido en la primera vuelta. Quedó prohibido, en esta huida del infierno de la Segunda B, mirar atrás ni lo más mínimo.
El Dépor no estuvo en La Rosaleda. Quizá en cuerpo, pero no en alma. El partido empezó torcido desde el planteamiento inicial, con una buena idea de Fernando Vázquez en teoría, pero con los nombres equivocados para la práctica. Las matemáticas eran fáciles sobre el papel. Cuatro contra dos en el centro del campo y castigar al doble pivote local con tus peloteros. El problema es que de esos cuatro sólo funcionó uno. Y lo hizo hasta el descanso. Porque a Gaku siguen lastrándolo las tarjetas, aunque ayer hubiera que repartir la factura con Bergantiños. Çolak y su intermitencia habitual, Aketxe sin gasolina y Vicente Gómez haciéndolo todo tarde. Incluso en las acciones, pocas, en las que conseguía entregarle el balón a un compañero, se entretenía tanto que la jugada ya no estaba ahí.
El técnico de Castrofeito no ayudó tampoco a la hora de dar profundidad. Bóveda y David Simón a pierna cambiada dudaron mucho y siempre estaban unos metros más retrasados de lo que la jugada requería. Y mención aparte merece Beauvue. Tan aparte que en ningún momento dio la sensación de estar conectado a sus compañeros. Le llegaron pocos balones, es cierto, pero no hizo bueno ninguno.

Despistes sin reacción
La ausencia de concentración fue total, también de los que entraron desde el banquillo. Se vio perder la sobriedad hasta a un Bergantiños al que por primera vez se le vio incómodo en el centro de la defensa. Las miradas apuntaron todas a López Toca en la jugada del tanto del Málaga, pero ya con el paso de las horas y al perspectiva, la foto que más debe interesarle al Dépor es la de Mollejo. Lo que sí puede controlar. Quizá por su juventud y falta de oficio, quizá por la psicosis que le ha generado al atacante sus reiteradas amonestaciones, decidió no frenar la contra en su origen y permitir que Luis Muñoz encontrara a Juanpi para que lanzara a Hicham. Era tan simple como un agarrón, una acción sin violencia. Tomó la decisión de levantar las manos, como confesando antes incluso de cometer el delito.
Quedaba tiempo todavía, nadie perdía la esperanza en una reacción a la que tanto ha acostumbrado el equipo tras el parón. No la hubo. Ni ideas colectivas ni individuales. Si puede cuestionarse que fue injusto ponerse en desventaja por la colaboración arbitral, de lo que no hay ninguna duda es de que el conjunto herculino no mereció empatarlo después. Porque para eso habría tenido, primero, que disparar a puerta.
Ese colmillo que faltó ayer, ese ir al 120 por cien en cada segundo es lo que sacó al Dépor de los puestos de abajo y lo que hay que mantener hasta conseguir la permanencia. Ya habrá entonces momento para frenar y, esperemos, admirar las vistas. Puede que, entonces, en el mirador incluso coincidan con los que día sí, día también, se encargan de desprestigiar una herramienta con un potencial tan grande como el VAR.