¿Qué lleva a una grillera de los antidisturbios a presentarse en la puerta de un local de Madrid en el que no hay el mayor bullicio a las 16.00 de un sábado? Pues que alberga la sede de una peña del Deportivo de A Coruña, “una afición con antecedentes”. Así me lo explicó un agente de la UIP –Unidad de Intervención Policial– y, ante la cara que debí poner añadió que estaban allí por nuestra “seguridad”. Acto seguido le expliqué con detalle lo que íbamos a hacer, el número estimado de personas que nos reuniríamos y la hora a la que, usando el Metro, nos desplazaríamos hasta el estadio.
Después de dos horas de ‘guardia’ e idas y vueltas, una hora antes de la salida hacia el Bernabéu, desaparecieron. Se les debió de olvidar que estaban para velar por nuestra “seguridad si apareciera algún grupo” que intentase atentar contra nuestra integridad física y un grupo de 70-80 personas nos dirigimos hacia el estadio.

Vaya por delante que no creo que necesitásemos ser escoltados, pero la actitud me pareció –y perdonen la expresión– una tocada de pelotas. Sin más. Desde hace dos años vivo en una ciudad en la que los asesinos de un aficionado de mi equipo están en la calle mientras los ‘antecedentes’ pesan sobre las espaldas de una hinchada que no paró de animar en 90 minutos y que, con tan ‘solo’ 300 efectivos se hizo oír más que todo un Santiago Bernabéu entero.
A alguno de esos merengues, sea dicho de paso, se debe comprar el abono cerca de la grada visitante para descargar sus frustraciones, porque se pasó todo el partido dado la vuelta haciendo cortes de manga y dedicando lindeces, sin prestar atención a un partido en el que el Dépor volvió a ser ese del que una puede sentirse orgullosa. Cada uno se desahoga como quiere o como puede, pero en tiempos cercanos al Adviento, le recomendaría que el pastizal anual que paga por “ir al teatro” –así me lo han llegado a reprochar desde el lado madridista cuando les digo que no cantan, que no animan, que no entienden el fútbol con la pasión que lo entendemos nosotros– lo donase a una organización benéfica. Estaría mucho mejor invertido y la sociedad en general y el fútbol en particular, le estaría muy agradecido.
Dicho esto, entramos por la Torre D mezclados con madridistas sin ningún tipo de altercado, pero enseñando el DNI en dos y, algunos, hasta en tres ocasiones –una vez más en el caso de alguno que tuvo que ir al baño en el descanso–… solo los que llevábamos las entradas nominativas. Es decir, los de la “afición con antecedentes”. ¿Si compro la entrada en taquilla soy menos ‘peligrosa’? Pidan lo que quieran, no tengo nada que esconder, pero con sentidiño.
Escuece mucho que hagamos ruido. Que seamos constantes. Que no nos doblemos. Que nos peguen por un lado y por otro y no tengan la manera de desquebrajar la unión que hemos conseguido. Basta ya. Paren y dedíquense a cosas más importantes, no a hacerme levantar de la mesa dos veces para venderme que nos van a proteger, porque no hay mayor protección que dejarnos ir a ver a nuestro equipo tranquilos.
Ya está bien de una persecución visceral al deportivismo cuando juega lejos de casa. No van a encontrar donde rascar.
