Nadie podría haber adivinado lo que se le venía encima al Deportivo en el Arcángel después del gol de Quique González nada más arrancar el duelo con el Córdoba. Pero el tanto, además de llevar la firma de la casa tras una gran jugada colectiva, incluida una asistencia de Carles Gil sin tocar la pelota, ejerció de máquina del tiempo para retrotraer al conjunto blanquiazul a principios de septiembre. Apareció entonces el equipo que visitó al Albacete o al Tenerife, ese conformista que marcaba y se dedicaba a especular. Mal negocio.
Eso debe preocupar a Natxo, está claro. Cuando parecía que el equipo ya había encontrado una línea regular, también a domicilio tras el encuentro a Tarragona, resulta que aquello fue un espejismo. El otro aspecto que puede empezar a quitar el sueño al deportivismo es el poco respeto que se le tiene al club blanquiazul. Y en este caso señalando a los árbitros.
Sin apenas dar patadas (el conjunto coruñés es de los equipos que menos faltas comete) lidera la clasificación de tarjetas rojas y lo vivido en Córdoba rozó el esperpento. Ais Reig comenzó su función amonestando a Saúl a los tres minutos de forma rigurosa. Tardó en aparecer tras el preludio, pero se había guardado toda la pólvora para el acto final. Expulsó a Pablo Marí por estar cerca de una falta cometida por Borja Valle. Confusión de identidad que el VAR hubiese solucionado, por cierto. Pero la Segunda División sigue siendo una competición menor. Para todos. Unos minutos más tarde entendió que un codazo a la mandíbula del berciano no era agresión, pero sí se apresuró a expulsarlo por las protestas; «sinvergüenza de mierda», según el colegiado.
No reconocer que el 1-1 fue lo más justo sería ponerse en los ojos la misma venda que parecía llevar Ais Reig
Es innegable que la actuación arbitral influyó en el resultado y en el empate final, que llegó en el 94 después de una serie de rebotes en el área y con el equipo ya exhausto. Pero, vistos los méritos de ambos conjuntos, no reconocer que el 1-1 fue lo más justo sería ponerse en los ojos la misma venda que parecía llevar el trencilla valenciano.
No queda otra lectura cuando, a todas luces, el mejor jugador del Dépor fue Dani Giménez. Y de lejos. El gallego lo paró todo. Disparos lejanos y remates a bocajarro. Concentrado durante todo el encuentro, sin dejar un solo balón suelto para un segundo intento. Fue de lo poco salvable en un naufragio colectivo sin apenas supervivientes. Porque la realidad es que el colista logró lo que no habían conseguido ni el líder (Málaga) ni el tercer clasificado (Granada): quitarle la pelota a los de Natxo.
Se confirmó así lo que ya se sospechaba, el Dépor no está preparado para defender en campo propio. En las últimas semanas parecían tenerlo claro y acabaron sometiendo siempre a sus rivales, incluso con el marcador a favor. Algo que no sucedió en Córdoba y acabó mostrando las vergüenzas deportivistas. Interiores que no llegaron a las ayudas de los laterales, hectáreas en la frontal del área al defender demasiado hundidos… El partido sólo dejó dos buenas noticias: el punto sumado… y que la próxima semana se regresa a Riazor.