El despertador sonó a eso de las 8 de la mañana. Tocaba madrugar, pero hacerlo para ir a ver un partido del Deportivo lejos de Riazor siempre resulta agradable. Y más para mí, que durante muchos años he estado alejado por trabajo de la actualidad del Dépor. Esto es vida.
Hora y media después recogía a mi compañero de fatigas en los desplazamientos de los últimos dos años, mi amigo Fabi. No fallamos cada quince días en Riazor y solemos escaparnos siempre que podemos a los encuentros lejos de casa. Siempre llevo yo el coche. Es un crack, pero el tío no tiene ni siquiera el carnet y me toca siempre a mí conducir. No pasa nada, porque siempre se nos pasa rápido recordando nuestras hazañas. Hasta la fecha el balance junto a Fabi era bastante positivo con dos victorias en Vallecas y una derrota en el derbi del año pasado. Esta vez tocaba conocer el nuevo San Mamés. Y el Athletic intimidaba desde A Coruña.
Con el depósito de gasolina lleno y tras una típica comida en un área de servicio a 100 kilómetros de Bilbao llegamos a la previa en torno a las 5 de la tarde. Ahí se produjo el asalto al Antxi, un lugar que se convirtió en una especie de “Chiquitín” a la bilbaína. Los cánticos y las “estrellas” dieron paso a momentos inolvidables para los 191 locos que habían decidido hacer más de 500 kilómetros para alentar a su equipo un día intersemanal. Ese es el gran patrimonio del club: una afición que sigue a su equipo sea donde sea.
Una hora después acogimos en el ambiente deportivista a nuestros anfitriones, dos tipos maravillosos que disfrutaron con todo lo que rodeaba a la afición del Dépor. «¡¡¡¡Cada canción es distinta!!!! ¡¡¡¡Llevamos una hora aquí y no habéis repetido ninguna!!!!!», exclamaban Jon Erramun y Endika Río alucinados mientras toda la gente seguía con muchas ganas de fútbol.
A las 19 de la tarde nos acercamos a San Mamés a recoger las entradas. Un estadio abrumador, moderno y en el que todos los desplazados soñábamos con ganar. A las 19:45 ya nos encontrábamos en nuestra ubicación y el gran Alex Nock arrancaba todos los cánticos deportivistas. Uno tras otro. Se nota que aprendió de Basilio.
Era un viaje perfecto, pero se convirtió en un viaje casi perfecto. A partir de ahí todo fue un desastre. Los goles caían y los 191 héroes asistían a uno de los peores partidos del Dépor en los últimos meses. La alegría del gol de Oriol duró lo que tardamos en celebrarlo. Estaba claro que no era nuestro día y el equipo deambulaba por el rectángulo de juego ante la desesperación de todos los desplazados. La segunda parte se hizo eterna y no se vio ni la más mínima reacción.
Algunos privilegiados hacíamos noche en Bilbao pero una parte mayoritaria de los 191 héroes tenía por delante un largo y nocturno viaje con el que era imposible conciliar el sueño. Por suerte, nuestros anfitriones consiguieron sacarnos alguna sonrisa con una noche cargada de anécdotas en el mítico Mistyk, porque al final, una de las mejores cosas que te da el fútbol es conocer gente como ellos.
El Dépor falló, pero los 191 héroes que recorrieron medio país un miércoles lluvioso para ver a su equipo merecen un reconocimiento, aunque sea desde una humilde columna. Y aquí está la mía.