Nueva columna de A. Calviño. Que no de opinión, de talento a borbotones para transportarnos de nuevo al último encuentro liguero del Deportivo.
Sábado. Asalto a la Mezquita desde el sofá. Llueve. Lleva lloviendo toda la semana. Lleva lloviendo todo el jodido mes. Parece que hace tres años que no deja de llover. (Cuando este texto vea luz, miércoles, seguramente lloverá, claro). No pasa nada, en Galicia nacemos con piel de katiuska y esqueleto cantimplora; también mitad hombres, mitad señoritos; (casi) todo agua, un poquito de licor café, otra pizca de tierra verde, el neno en la boca con la levita puesta. Sábado, por fin, en una semana que luchaba por hacerse eterna entre la Copa, el descalabro bético en Vigo, elecciones, convenios y llegadas. Qué agonía, qué pereza. Joder, si pasaron más cosas en semana y media que en toda la vida de la vecina del quinto, aunque cada tarde en el ascensor se empeñe en demostrarte lo contrario. ¿El sábado también, señora? ¿En serio? Déjeme en paz. Tome, una bufanda y para la tele.
Sábado. Llueve. Hace frío y qué bueno que vinisteis, zapatillas. El Madrid empieza a finiquitar al Granada, nacen los primeros planes para la noche y en todos los (putos) grupos de whatsapp que con cada bip maldices te llega la alineación para el Arcángel. Y mientras tú te pones un café, la camiseta en el regazo y dos velas a la figurita de Desmarets que tienes sobre la tele, Vázquez, ya desde el viernes en Córdoba disfrazado de hombre del tiempo, con estrellas de comandante cosidas a la gabardina, reúne al vestuario en torno a la pizarra. Alzando su varita, transformada en puntero, Fernando I El Imperturbable comienza a señalar en el mapa que él creía ver sobre el torcido terreno de juego rotulado de su puño y línea, marcando zonas de acción. O de no acción.
−Chavalada, dejad el Instagram quietecito, joder. Vamos. Chubascos por allí y allá, aquí le metemos una neblina que no deje ver nada, Bezerra −Y Bezerra, con la cabeza en Córdoba y la familia esperando en la puerta del aeropuerto con los billetes para Chipre en la mano, asintió−. Quiero tormenta en el mediocampo, polaquito (s), fogonazos y acero, atosiga. Arriba, por ahora, podéis poner sol o lo que sea que os venga a la cabeza, así a lo lejos, como en el horizonte; sacadle fotos si queréis, recrearos, sin prisa. Ya llegará. Duro ahí, Fernández, por los pescadores de Burela y la madre que los parió −Luis aplaudía pensando en cazar una y repetir lo de la Copa, atusándose las mechas rubias, yéndose un instante a Tercera a coger confianza−. El barro, no os olvidéis. Queremos barro. Mucho barro. Barro y maraña, motosierras entre la línea de 40 y Lux; que no piensen, que se muevan torpes, o no se muevan, que vuelvan atrás. Y ahí que la toquen, que la sigan tocando.
Coño, el plan de siempre, míster: abigarramiento y zozobra, hacerse el muerto, descanso y pelea. Frío, sueño, tedio y trampas para ratoncitos de Segunda antes de las embestidas, de los zarpazos. Sólida magia, el césped transformado en enredaderas y al acecho un camaleón de 500 kg con vigas de hierro y remaches en cobre, que no luce, pero es útil; y preciado. Una sinfonía tosca, ruidosa, calculada, bella según los ojos que la miren. Estruendo masivo y destructor, el esquema moviéndose sumido en un armonioso vals. La filarmónica de Viena tocando Motorhëad, Lemmy ciego en el Rainbow.
Y el engranaje, los hombrecillos del control y el trantrán, comenzaron a ejecutar pausados mientras el deportivismo lloraba al Poroto. Álex y Wilk, dos tipos de orden, dos tipos que te llevan a Primera por la puerta de atrás, llenándolo todo de humo; Juan Domínguez mimetizado sin encender la locomotora y Luisinho hiperactivo, siempre diferencial en esta Segunda de combate. Nuñez y Laure, incansables dejándose llevar por los raíles que Vázquez les colocó en diestra, adelante y atrás, más brega que brillo, firme Double Team en el carril. Insua, cobertura por aquí, despeje por allá, se la pasaba pensando cuándo se destapará la red mafiosa que demostrará que en realidad es alemán, tiene 27 años y fue transportado en el tiempo desde el primer Mundial en México.
Una vez la tropa segó las fuerzas del Córdoba, aún cuando éste más arriba se venía, Vázquez sacó el puñal en previsión y acierto. −Sal ahí y rompe, sal ahí y baila −Y, coño, el pequeño Salomão bailó−.
Ya se puso Diogo la camiseta haciendo el moonwalker, deslizando sus pies por la de cal, entrando en contacto con el ambientazo del Arcángel. El piercing que a los 18 vino a hacerse a Katanga brillaba tanto como su sonrisa de trastada parvularia, le hizo un guiño guasón a Barritos y corrió hasta la diestra dando saltitos. Al poco, estaba ya con un bombín y un bastón derrochando un claqué eléctrico, estirando y deshaciendo líneas, evidenciando rivales mientras el resto de los pretorianos seguían pisando cabezas y tocando el trombón. Un aviso, dos, casi tres…
Y vino el gol. Una victoria lo arregla todo, que si no esto todo quizás sería una mierda. De repente, belleza. Jep Gambardella necesitaría amar el fútbol. El fútbol y su mundanidad, claro. Qué alegría más tonta. Qué bien se sobrelleva la vida con una victoria en el 88’, con Luisinho vestido de Figo y Borjita colocando ese corpachón entre seis incautos fulanos, alegrando a los amargados, poniendo sonrisas a los amores rotos y pasión a las parejas que no deshacen la cama. Ese gol, de grito afónico, de romper rachas y devolver ilusión, de primera piedra del ascenso. Ese gol, agónico, del que se acuerda tu amigo después de que esa misma noche le hicieran la cobra las siete tipas que había en el Fuzz entre las 3 y las 3.30, récord del pub. ¡¡¡Goooooooool de Borja!!!, que os den. Tomad, una bufanda.
Liderato de vuelta, retorno a Riazor en siete días con nuevos filigranistas, solistas que completan el bloque de hormigón que Vázquez lleva moldeando desde Monforte. Rabello y Sissoko; Salomão y Juan Domínguez; Nuñez, Rudy, Arizmendi y tres delanteros. Sobra para jugar al fútbol mirando al Atlántico, para encerar a los visitantes ante la presión de 30,000 pulgares gritando muerte y el Seven Nation Army retumbando entre las chaquetas. Pero La Condomina tiene una pintaza tremenda para ir, como a Córdoba, revestidos de hueso y metal, con los puñales listos para atravesar el barro. ¿Segunda de combate? ¡¡Saquen los tanques!!
Son las siete. Es sábado. Llueve. Lleva lloviendo toda la semana. Lleva lloviendo todo el jodido mes. Parece que hace tres años que no deja de llover. No pasa nada, las copas hoy caen dentro, bufandas entre vidrio, blanquiazul de temporal. No pasa nada, en media hora entramos en Riazor, rumbo a Primera, y durante 90 minutos el resto no importa.