No me gusta Garitano. No me gustaba cuando lo fichamos y, con el paso del tiempo, me gusta cada día menos. Juro que he intentado aprender a quererlo. Que he tenido paciencia. Después del 4-1 en Balaídos me pillé un mosqueo, como buena parte del deportivismo, y ya quería verlo fuera. Lo dije alto y claro en diferentes escenarios y se me tachó de dura. Hoy, los mismos que me echaron en cara aquella crítica, empiezan a darme la razón.
Tras del 5-1 a la Real en casa, de dar la cara en el Bernabéu y de ganar 2-0 a un rival directo como Osasuna –porque aunque creamos que tenemos equipo para más, lo cierto es que el fantasma del descenso cada vez se dibuja con mayor nitidez-, prometo que quise darle otra oportunidad, pero también es verdad que advertí que eran dos fogonazos que necesitaban una continuidad.
No la ha habido. No solo eso, sino que, después de las Navidades –y vamos camino de mes y medio de competición-, el balance roce lo desastroso: tres empates y dos derrotas en Liga y la eliminación de la Copa sin ser capaces de ganar al Alavés, aunque el consuelo menor es que, este, ha llegado a la final. Y, dicen, este tiene la etiqueta de ser un entrenador ‘de segundas vueltas’… El mismo que descendió al Eibar y que tardó cuatro jornadas en ser destituido del Valladolid.
Sin embargo, a veces hay que darle la razón. Antes del partido en San Mamés aseguró que el equipo no está “a la altura de la afición”. No le falta razón. Aunque, dicho sea de paso, las declaraciones, precedidas de un “el Athletic es un equipo muy fuerte, sobre todo en casa”, eran la enésima venda antes de la herida. Y se está acabando tanto el tiempo como el crédito para los victimismos.
Los partidos hay que cerrarlos. Si bien él no es el que hace salidas en falso o llega tarde a los rechaces, sí es el que tiene la obligación de mover el banquillo de manera eficaz para no perder, una vez tras otra, en los últimos minutos. El partido se acaba cuando pita el árbitro, no cuando uno ya se ha contentado con rascar un punto fuera de casa. La reiteración de encuentros tirados a la basura a partir del 85 es alarmante. Se supone que él tiene un sueldo de profesional de esto, que aquí a todos nos gusta jugar a los entrenadores, pero es obvio que, cuando se lleva 19 puntos en la jornada 21, algo no funciona.
Es ahí donde tiene razón con que no llegan a la altura de una afición que, llueva, truene o haya que hacerse 1.000 kilómetros en bus, no para de cantar hasta que el colegiado no determina que se ha jugado suficiente. El golazo de Emre es poco premio para los desplazados a Bilbao. Los mismos que tuvieron que buscarse la vida para encontrar una entrada por un sentimiento que no parece ser recíproco.
Sí, lo sé, a estas alturas de la película, lo mío con Gaizka es un amor imposible. Lo admito. Pero me resisto a no tener ganas de darle un beso en la boca si consigue lo que está empezando a dar miedo a muchos: conseguir dejarnos en Primera.
Un año más, puede ser el demérito de los demás y no los méritos propios lo que nos salve. Son demasiadas temporadas igual. Esta hinchada se merece algo mejor en el banquillo.