El Deportivo volvió a engañarnos a todos aquellos, seguramente los menos, que pensábamos que lo visto en las dos últimas semanas ante Alcorcón y Lugo podía ser el inicio de algo. Quizá, la única explicación de ese espejismo es que cualquier reloj estropeado da bien la hora dos veces al día. O dos partidos en siete días.
Porque así está el conjunto coruñés. Estropeado. Es una nave a la deriva que sólo es capaz de mantener el rumbo cuando no hay ningún tipo de condicionante externo. Al menor soplo de viento ya está perdido. La fragilidad mental es tan decisiva que la primera ocasión del rival sirve para fundirle los plomos a un grupo en el que los que quieren no pueden y los que se supone que pueden, no quieren. Uno de los primeros en esa lista es Koné, que tras el segundo tanto maño se bajó del barco definitivamente.
Los jugadores no saben ni por donde les viene el aire, pero desde el puesto de mando las instrucciones son casi peores. Ni una sola herramienta que acerque a los futbolistas a tierra. Luis César tardó seis partidos en cambiar el sistema y, tras eso, su siguiente dogma es que los tres cambios en cada encuentro están reservados para los delanteros. Siempre así, aunque el choque esté pidiendo a gritos una modificación en el centro del campo.
El técnico apagó la reacción que él mismo se había encargado de prender dando entrada a Longo. El italiano es transparente por más oportunidades que se le conceden. No aporta en ataque y es uno menos a la hora de presionar la salida del balón rival. Así sentenció dos veces el partido el Zaragoza. Primero con el penalti fallado y luego con el tercer y último clavo en el ataúd herculino.
El doble rasero con Beto
En la kilométrica lista de misterios que guarda esta temporada del Dépor, las escasas oportunidades para Beto da Silva ocupan un lugar residual, pero conviene no obviarlo. El peruano tardó cinco minutos en sacarse de la chistera un recurso que ahora mismo sus compañeros no son capaces ni de imaginar. Su entrenador insiste en que no lo pone porque es un virtuoso con el balón, pero el fútbol es más que eso. Puede que el fútbol sea lo que están ofreciéndole cualquiera de los otros atacantes blanquiazules, pero viendo la depresión del equipo, prescindir de esos toques de magia no parece la decisión más acertada.