Hay árboles genealógicos que desprenden fútbol de cada una de sus fotografías. El de la familia de Unai Emery, técnico del Sevilla, es uno de ellos. Su abuelo, Antonio, fue portero del Real Unión en los albores de la Liga profesional, y esa vida bajo los tres palos la reeditó tiempo después su hijo pequeño. Recordar la figura de Juan Emery remite directamente al Deportivo de inicios de los 60, a aquel equipo en el que despuntaba un jovencísimo Amancio. También al preludio de las constantes idas y venidas de la escuadra coruñesa entre Primera y Segunda, pero el ascensor es otra historia.
Será el próximo 10 de mayo cuando se cumpla el primer aniversario desde su fallecimiento. 82 años vio pasar de largo el exjugador blanquiazul, que estuvo tres en Riazor y participó en la vuelta a la máxima categoría en 1962. Por aquel entonces, él ya era uno de los veteranos de un vestuario en el que asomaba la figura de José Carlos Lariño, un central recién entrado en la veintena y cuyo apellido no deja lugar a dudas para quien conoce a los miembros del actual equipo médico del club: su hijo Carlos es uno de los galenos que siguen el día a día de la plantilla junto a Rafael Arriaza y Ramón Barral.
José Carlos fue testigo del último año de Emery en la ciudad gallega, vivió su adiós y coincidió con él en su siguiente destino: Gijón. «Yo me marché cedido al Sporting porque algunos jugadores no teníamos sitio en el primer equipo. El Valladolid también tenía interés, pero quise quedarme cerca de casa, mejor. Él se fue primero. Tenía una capacidad de contactar con la gente que era una maravilla. Llegué yo allí, y ya me dijo: «¡Coño, Carlos, tú por aquí!». Y ya comenzamos a andar juntos, a hacer piña», relató Lariño en su conversación con Riazor.org.
No fue una plantilla cualquiera la que ambos integraron antes de partir hacia Asturias. Tras rubricar el regreso a la élite, Amancio puso rumbo al Santiago Bernabéu, pero la lista de nombres a seguir era más amplia. En torno a él orbitaba una nómina de jugadores que complementaban la clase de un atacante hábil y que marcó un antes y un después en la capital: «Estaba Domínguez, que era un lateral izquierdo de Vigo. En la media, Manín. Y adelante, la panda de golfos. Amancio, Veloso, Loureda… Veloso estaba como una cabra, pero era un fenómeno. Peleaba como un cosaco», detalla José Carlos.
Algo más atrás, oteando, estaba Juan. El irundarra fue clave en el tramo final de competición, cuando el Deportivo peleaba por mantener su primera plaza. Se la pudo complicar el Pontevedra en uno de los últimos choques, pero no fue así. «Era muy serio. Y en partidos como aquel, en los que te podían hacer daño, sabía estar. Era de otra galaxia», recuerda Lariño entre risas. Viajar al pasado evoca al instante aquella convivencia. «Era buen portero, muy seguro y, sobre todo, un caballero. Una maravilla de persona. Tratándote en el día a día era correcto y educado. De lo mejor que vi en el fútbol», concluyó.