El Deportivo desaprovechó ante el Tenerife una nueva oportunidad de alcanzar la cima de clasificación. Algo hay en el equipo blanquiazul que provoca pavor a estar en lo más alto. Como si los jugadores, y el propio técnico, se hubiesen convencido de ese mantra que repiten sin parar: «Lo importante es estar arriba al final de la temporada». Ese vértigo a coronar la escalada se ha repetido recientemente y siempre en Riazor, donde la fiabilidad es máxima. Numancia, Lugo y ahora el duelo con el conjunto canario. En los tres encuentros pudo ganar, pero en ninguno fue el Dépor de siempre, o al menos no durante todo el tiempo.
Porque el mal partido del sábado tiene su origen, sobre todo, en lo mental. Las actuaciones pobres suelen tener explicación compleja. Táctica, planteamiento… No esta vez. El conjunto coruñés no pasó del empate porque prácticamente ningún jugador rindió al nivel esperado. Las muestras más claras son las de Quique, apático en banda y sin acierto como delantero, o Domingos Duarte, que entre resbalones y malas entregas dio la sensación de estar superado por el escenario.
Se salvó únicamente Expósito, que crece a pasos agigantados y está siempre en su sitio. Dejó varios controles orientados de otra categoría y cuando se quite esa obsesión por el gol dará el paso que le falta. Pero estuvo muy sólo en su mano a mano con el gigante Racic. El nuevo sistema con extremos simplifica el juego, pero está claro que el dibujo debe ir acompañado de actitud y, sobre todo, nombres. Con menos compañeros cerca con los que asociarse, el Dépor depende ahora mucho más del talento individual. Y Didier Moreno no es Vicente, ni siquiera la versión más discreta del canario, tampoco Santos un delantero que pueda sobrevivir lejos del área. Esto era lo que le preocupaba a Natxo del nuevo plan: cuando la inspiración no aparece, no hay forma de ganar a través de lo colectivo.
Tuvo ocasiones el conjunto blanquiazul, porque lo que sí es cierto es que este grupo no negocia el esfuerzo. Presionó siempre hasta ahogar a los de Oltra, con un alto compromiso para sacar el balón desde atrás. Se recuperaron muchos balones peligrosos en campo contrario, pero después siempre fallaba algo a la hora de culminar la jugada. O muy lentos, como le pasó a Christian, o poco acertados, como le ocurrió a Quique y Borja Valle.
El equipo no pasó demasiados apuros, más allá de una falta lateral bien solventada por Dani Giménez. Cuando el Tenerife tuvo el balón defendió bien y la mayor sensación de peligro fue provocada por pérdidas flagrantes en la medular. Esa inconsistencia, y quizá también el mal de altura, fue lo que llevó a Natxo a ser conservador en los cambios. O en el momento de hacerlos. Tardó en sacar del campo a Moreno, con amarilla y sin gasolina, y también se lo pensó demasiado con Cartabia y Nahuel, aunque siempre con el asteriscos de sus estados físicos. Puede que en la cabeza del técnico pese más el triunfo en la guerra que perder soldados para las batallas más inmediatas, aunque eso le cueste ceder terreno ahora. Sólo el tiempo dirá si tiene razón.