«Ahora me toca a mí. Si las cosas no salen, será un fracaso personal». Era 5 de septiembre cuando Pepe Mel ajustaba con estas palabras su propio listón de exigencia, convencido de su capacidad para volar sobre él sin rozarlo siquiera. Nadie duda de que hoy le resultaría imposible sentarse ante un micrófono y repetir aquel órdago sobre sí mismo. Podría intentarlo, pero el temblor de su voz le delataría. Hasta ese punto se ha deteriorado su confianza en apenas tres semanas.
Aquellas palabras no sólo fueron una manera altisonante de marcarse un objetivo ambicioso. Mel era consciente de que el tortuoso rumbo seguido hasta obtener la salvación la pasada campaña era la raíz de las dudas sobre él, así que trató de simular un borrón y cuenta nueva aceptando nuevas y duras condiciones con aparente alegría. Como cuando una pareja se resquebraja y una de las partes reacciona a la desesperada. Olvida mis errores y te regalaré un futuro mejor. Lo que hice, ya no lo haré más; lo que nunca hice, lo haré siempre desde hoy. El corazón quiere ilusionarse y está dispuesto a creer lo que sea. La cabeza sabe que el final está cerca.
Es difícil saber ahora si podía haber tomado otra ruta, pero Mel se metió en un callejón sin salida. Se marcó el reto de demostrar una cosa y la contraria: el pobre juego exhibido entre marzo y mayo era necesario para alcanzar el objetivo, pero esta vez pretendía llegar a una meta más complicada por el camino del buen fútbol. Es obvio que a su llegada tenía razones para ser conservador que no tienen validez en un campeonato recién iniciado, pero su doble discurso no contribuye en absoluto a que el aficionado vea en él un entrenador de convicciones sólidas. Si crees en una idea, mueres por ella y con ella. Si no estás dispuesto a morir, no crees lo suficiente. No creer lo suficiente no es creer de verdad.
Y precisamente por eso, porque no creer lo suficiente no es creer de verdad, Pepe Mel es culpable pero también víctima. Si hace menos de un mes se atrevió a apuntar alto debió confiar en que tenía cierto respaldo para lanzarse a la aventura. Si en menos de un mes su respaldo pende del fino hilo del próximo resultado es que alguien no creía en él. No lo suficiente. No creer lo suficiente no es creer de verdad.
Pepe Mel dejará de ser entrenador del Deportivo. Parece probable que sea en cuestión de días, pueden ser meses o incluso años en función de los milagros que sea capaz de encadenar. Tampoco yo acabaré esta columna si antes me tocan los 163 kilos de los Euromillones, pero por ahora continuaré escribiendo. El caso es que cuando Mel se vaya y venga otro que gane mucho, o empate mucho, o pierda mucho, la pregunta puede seguir en el aire. ¿En qué cree de verdad el Deportivo?
El hartazgo del aficionado no puede explicarse con seis jornadas catastróficas. Riazor no es así. La trampa que Mel se tendió a sí mismo con ayuda de sus superiores es un reflejo del estado de las cosas en el club. Si está capacitado para que el fútbol del equipo agrade y al mismo tiempo sirva para obtener resultados, ¿por qué no apostó por ello desde su primer día en Coruña? Si se confía en la capacidad del míster, ¿cómo puede agotarse su crédito en apenas seis jornadas? Si la afición expresa cansancio, ¿no será que las cosas vienen de atrás?
En fútbol está casi todo inventado, por eso lo nuevo suele ser la reformulación ingeniosa de principios antiguos. El Dépor puede dar un salto a base de parches tanto como a mí pueden tocarme los Euromillones. Escoger una idea, creer en ella y construir desde los cimientos sin saltarse etapas es la única receta de eficacia considerablemente probada. Cuando se cree lo suficiente, cuando se cree de verdad, los errores no minan la fe, ni se ocultan con parches que caducan más pronto que tarde. Se detectan y se buscan soluciones, tirando del freno si es preciso, pero sin pegar volantazos. El Dépor no ofrece pruebas creíbles de haber escogido una identidad, ni mucho menos de estar dispuesto a aceptar los pasos y los tiempos que ésta necesite para desarrollarse y florecer. Quizá por eso Riazor se impaciente. Porque Mel se irá como antes se fueron Víctor I, Víctor II y Gaizka, pero cada vez resulta más complicado no ver otro parche en lo que se anuncie como otro prometedor comienzo. Tres años empezando de nuevo son demasiado para cualquier amor, por bonitas que suenen las promesas pronunciadas.